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Guillermo Zúñiga: ha nacido otro Capa

Fuente. PÚBLICO ( dos enlaces)

Aparecen miles de fotografías de la Guerra Civil del padre del cine científico español. En estos momentos se clasifican negativos, películas y documentos de un archivo inédito del artista, a quien desde el Ministerio de Cultura comparan con el gran fotógrafo húngaro

PEIO H. RIAÑO Madrid 06/08/2011 10:09

La memoria no avisa. Ha vuelto a salir de entre un montón de cajas y trastos, polvo y olvido. La memoria habla de nuevo y esta vez trae, como una marea que se retira para regresar con más fuerza, un archivo fotográfico sobre la Guerra Civil española de una magnitud incalculable según los expertos que lo tienen ahora mismo en sus manos. La casualidad ha destapado miles de fotografías, películas, cartas y legajos de Guillermo Fernández López Zúñiga, nombre completo del que se considera padre del cine científico en España y al que todos conocían como Guillermo Zúñiga (1909-2005).

La familia tampoco podía calcular la dimensión de los reportajes que Zúñiga hizo como reportero durante la Guerra Civil. «Mi padre siempre llevaba una cámara encima, incluso cuando pasó por el campo de refugiados y de castigo francés. Esos eran los documentos de mi padre, y él no era muy comunicador», explica a este periódico su hija Teresa, quien, a la muerte de su madre, deshizo la casa de sus padres y donó todos aquellos documentos a la Asociación Española de Cine e Imagen Científicos (ASECIC), que su padre creó en 1966.

Guillermo Zúñiga no faltó a ninguno de los grandes acontecimientos de la República en esos años, en parte debido a su cercanía con el PCE y a que puso sus conocimientos cinematográficos al servicio del gobierno legítimo. Trabajó en el noticiario España al día, que editaba Laya Films para la Generalitat de Catalunya, que hasta 1939 produjo 135 películas, 27 documentales y unos 108 números de noticiarios. También hizo de realizador, fotógrafo y montador en un nuevo noticiario dedicado a los jóvenes: Gráfico de las Juventudes, cuyo responsable político era Fernando Claudín y cada emisión oscilaba entre siete y diez minutos.

Las esquinas de la memoria

La historia de este biólogo y profesor de Ciencias en el Instituto Escuela atropellado por el estallido de la contienda recuerda mucho a la del fondo del fotógrafo Marín, cuya hija donó a la Fundación Pablo Iglesias un archivo gigante para conservar las 18.000 placas fotográficas, tras los 40 años de trabajo de su padre. Ella se había mudado y en su nueva casa, los cambios de temperatura de la calefacción central estaban estropeando los negativos. La memoria de Marín, como la de Zúñiga, necesitaba un nuevo hogar para no perderse. Y en ambos casos, el albur que levanta las esquinas olvidadas de los herederos.

Tal y como ha podido saber este periódico, hace unas semanas la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura compraba cerca de 300 fotografías de un fotógrafo que había aparecido entre los fondos del PCE hacía ya algún tiempo, pero del que no se tenían más noticias. Él mismo había donado aquellas fotografías y, sin embargo, todavía guardaba en casa sus grandes recuerdos, que poco a poco se irán convirtiendo en patrimonio.

La gran tajada de sus diarios visuales, sus cartas desde el exilio, las películas que había grabado en Buenos Aires, las guardaba su hija Teresa. Cuesta creer lo difícil que les resulta abandonar la clandestinidad a los recuerdos bélicos. Se enredan en los armarios, donde nadie los mira, se protegen, se ocultan con miedo. Pero ya no es tiempo de represalias.

Un valor incalculable

 Los chispazos casuales terminaron obligando a presentar en público aquellos documentos y Teresa llamó a la ASECIC para que se hicieran cargo de todo aquel peso del pasado. «Guardado en casa no sirve para nada. Lo que tengo claro es que no quiero ver implicado a mi padre en esta memoria histórica revanchista», reclama excitada Teresa.

Rogelio Sánchez, secretario general de la asociación, pensaba en la protección del patrimonio cuando acudió a la casa de Zúñiga, junto con Fernado Camarero, también socio de ASECIC

y seguidor de la vida de esta figura tan desconocida. Cargaron el hallazgo en el coche para la humilde sede de la agrupación. Teresa reconocía que no sabía qué hacer con todo aquello. Recuerda Rogelio cómo les enseñó una lata de película de cine: «Estuve a punto de tirarla la semana pasada», les dijo. Él le confesó que el objeto les vendría bien para una exposición sobre cine que preparaban. Al sostenerla se dio cuenta de que también llevaba sorpresa. «El entierro de Largo Caballero. Abrimos la lata y estaban los sobres que guardaban negativos. Zúñiga había apuntado: ‘Entierro de Largo Caballero’. Ni lo abrimos, para no estropearlo», recuerda Sánchez. Estaba impresionado por el descubrimiento, y no era más que la punta del iceberg.

La ASECIC: «Es nuestro Forrest Gump, estaba en todas partes, pero apenas se sabe de él»Desde entonces a esta parte, un humilde equipo de la ASECIC ha conservado en silencio, en una caja fuerte, todo el material y ha escaneado una parte de los negativos. Aunque Sánchez reconoce que el volumen de trabajo y de recursos de este tesoro excedía a lo que podía aportar su asociación, depositaria de todo el archivo. Así que buscaron aliados en el Centro de Estudios de Migraciones y Exilios (CEME) de la UNED, para que los documentalistas de la institución clasificaran y catalogaran todo ese material, hasta el momento tan sorprendente como insondable. Desde el Ministerio de Cultura ya avanzan que el trabajo de Zúñiga está al nivel del de Robert Capa.

María García Alonso, subdirectora de recuperación y conservación documental del CEME, empezó hace unas semanas a estudiar el archivo, junto con un equipo de cinco personas. Subraya el papel en las Misiones Pedagógicas, junto con Carlos Velo. «Todo está por estudiar y pensamos acabar el inventario a finales de año. El año próximo profundizaremos en otros aspectos de su vida y, entonces, lo pondremos a disposición del público. La importancia de este material es que Zúñiga estuvo en lugares en los que otros solo estuvo su cámara. Hay mucha gente que tuvo experiencias muy valiosas, pero su valor es su mirada cinematográfica y fotográfica», explica a Público.

El archivo infinito

Además, reconoce que no sabe cuál es totalidad de este archivo. «De vez en cuando llama la hija y nos dice que ha encontrado otro cajón lleno. Es un archivo muy vivo. Estos son solo restos o rastros de una vida, pero no sabemos si es todo y no lo sabremos jamás si no lo cuenta en algún papel de los que nos faltan por estudiar», explica María García Alonso. Hasta el momento sus preguntas acerca de la vida y obra de Zúñiga ganan a sus respuestas. Por ejemplo, ¿por qué a simple vista no aparecen fotos de víctimas? «No sabemos si las eliminó, si se autocensuró, si las dio para que el partido hiciera propaganda… Ni siquiera sabemos el porqué de todas esas fotos: si las hacía por interés personal o para propaganda. Pero de momento, no tenemos revistas que las publicaran», cuenta.

En estos momentos se elabora el convenio que deberán firmar herederos, depositarios y Ministerio, y que establecerá cómo gestionar la fuente documental de Guillermo Zúñiga, que quedará dividida en varias partes: en el Archivo General del Estado de Alcalá de Henares la parte fotográfica más amplia, en el Centro Documental de la Memoria Histórica (Salamanca) las imágenes recién adquiridas por 12.000 euros al galerista Tino Calabuig y en el CEME todo el papel.

El Ministerio de Cultura mandará 300 fotos a Salamanca; el resto queda en Alcalá de Henares»Es nuestro Forrest Gump: estaba en todas partes, pero apenas se sabe nada de él», dice María Luisa Ortega de ASECIC, una de las pocas personas que ha revisado los documentos de Zúñiga. Para la vuelta de vacaciones anuncia el primer paso de la recuperación del cineasta y empezarán con un gran volumen biográfico, que no será más que un aperitivo, porque reconoce que conocen someramente su participación como fotógrafo en la Guerra Civil.

«Hasta que no se hile su vida a partir del estudio y el análisis de sus cartas y el resto de documentos, no podremos conocer su papel. No se sabe por qué, pero ocultó a su familia aquel momento de su vida», explica Ortega. «Quizás fuera para protegerles, porque cuando regresa en 1957 del exilio argentino no es perseguido, ni represaliado a pesar de su actividad en el PCE», apunta Sánchez, a la que también le faltan respuestas sobre la vida de Zúñiga.

Donde nadie llegaba

Al repasar los miles de contactos de las fotografías del biólogo, cineasta y fotógrafo uno entiende lo que quiere decir Ortega cuando lo compara con aquel personaje de película que mientras corría participaba en los grandes acontecimientos de su país. Zúñiga, ya hemos dicho, fotografió el entierro de Largo Caballero y allí aparece Dolores Ibárruri; también estuvo en la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura, en Valencia, donde retrató a Alberti, a María Teresa León, Pablo Neruda. Nicolás Guillén, José Bergamín o Manuel Altolaguirre; y en las Cortes Valencianas, y en la liberación de París y en el frente de Madrid, y en el de Aragón, y en varios campos de concentración como el de Argelès-sur-Mer o del de Bram. Por ambos pasó también Agustí Centelles, pero las imágenes de Zúñiga son más urgentes, tomadas sin que vean su cámara, posiblemente escondida entre sus ropas. De aquel campo, dejó por escrito, escapó antes de que le llevaran a uno de extermino. Y libre en Francia luchó con la Resistencia.

El archivo vivo sigue latiendo y hace unos días descubrieron un valioso documental que rodó en 1946, en París, titulado El exilio español. Fernando Camarero lo ha podido ver y cuenta que es un reportaje de menos de 30 minutos sobre la ayuda norteamericana a los supervivientes españoles de los campos de concentración nazi, que regresan a Francia, sin nada. Es un paso más en la historia que, con este hallazgo, está por reconstruir.

Quienes le conocieron le describen como un amable reservado. Guillermo Zúñiga (Cuenca, 1909-Madrid, 2005) «era serio, pero no triste, cariñoso sin ser besucón, hablaba muy poco, despacio, siempre con un punto de ironía, no era un gran conversador a no ser que tratara de cine y, sobre todo, de cine científico», le recuerda su hija Teresa. Un tímido que anduvo entre los grandes acontecimientos de la Guerra Civil, siempre en el lado del Gobierno legítimo.

Este periódico ha tenido acceso a los varios centenares de negativos que el Ministerio de Cultura compró a Tino Calabuig creador de la galería Redor en los sesenta y a los miles que la familia donó a la ASECIC, y destaca la cercanía de Zúñiga con los sujetos que retrata. Apenas hay épica. El tratamiento del testimonio es más natural que en fotógrafos como Robert Capa. Zúñiga no se muestra con la necesidad de ir a los momentos más crudos y peligrosos, a la sangre o las víctimas. Zúñiga es un gran retratista, elige a quienes se vieron arrollados por las armas y la muerte, antes de morir. Se movió como un testigo silencioso entre un combate y otro, entre los tiros y las explosiones

El padre del cine científico en España se movió como un testigo silencioso entre las trincheras y las calles, entre un combate y otro, entre los tiros y las explosiones. Cuando todo estaba en calma, él salía con su cámara a recuperar los instantes de transición de una guerra. Las fotografías de Zúñiga combinan el talante de un cineasta amante del análisis de las pequeñas cosas y el de un fotógrafo interesado en los gestos cotidianos. Los soldados brigadistas a la espera en la calle Fuencarral de Madrid, los testigos que se acercan a ver en qué estado ha quedado la ciudad después del bombardeo, el cigarro de las trincheras cuando baja el fuego enemigo, la lectura de los periódicos o esa extraña cabeza de toro [a la izquierda] que, a la espera del ejército sublevado, deja una imagen inolvidable del humor absurdo que también se respiró en la batalla.

Como ya avanzó ayer este periódico, apenas se sabe nada del paso por la Guerra Civil de uno de los protagonistas del cine español de la primera mitad del siglo XX, que emprendió campañas de cinematógrafo en las Misiones Pedagógicas de la II República, y fue amigo y colaborador, a la vuelta de su exilio en Buenos Aires, de Juan Antonio Bardem, en UNINCI. En estos momentos los documentalistas del Centro de Estudios de Migraciones y Exilios (CEME) tratan de entender por qué Zúñiga decidió fotografiar la contienda, si por encargo o por decisión personal. Preguntas que ni sus herederos pueden resolver. Un ayudante con los ojos abiertos

«Este fondo no es nuestro, es de todos los españoles», declara Rogelio Sánchez En una de las cartas a las que estos especialistas han tenido acceso en este insondable fondo documental que califican como «vivo» e «incalculable», porque aparecen nuevos rastros y aún no han estudiado en Buenos Aires, donde mantuvo una importante actividad cinematográfica, Zúñiga, que participó como realizador, fotógrafo y montador de dos noticieros informativos en esos años, adelanta leves pistas: «Esta participación en los trabajos cinematográficos determinó que frecuentemente fuese designado para acompañar, por ciudades y frentes de batalla, a reporteros y directores de películas, que venían a la zona republicana a rodar escenas o películas completas».

En el CEME, donde sólo llevan unas semanas de trabajo, prevén tener clasificado el archivo a finales de año. Cuando el equipo de cinco personas haya finalizado sus primeras investigaciones, entrarán a profundizar, durante un año más, en todos los documentos. Mientras, el Ministerio de Cultura, como señalaron fuentes de la Dirección del Libro, Archivos y Bibliotecas, mandará al Centro Documental de la Memoria Histórica las 300 fotos que compró a Calabuig por 12.000 euros. Cultura quiere que el resto del fondo fotográfico se conserve en el Archivo General de Alcalá de Henares y los fondos de papel en el CEME, tal y como indicaron las mismas fuentes a Público. Sin embargo, el convenio todavía está por elaborar y firmar, como asegura Rogelio Sánchez, secretario general de ASECIC. A pesar de ello, subraya la importancia patrimonial del fondo y quiere «digitalizarlo todo cuanto antes para hacerlo público». «Lo importante es la difusión de la obra. Debe estar en un lugar acondicionado, no en una caja fuerte, como ahora. Este fondo no es nuestro, es de todos los españoles. Es un material que no se ha publicado nunca, que no lo conoce más que la familia. Zúñiga es un personaje por descubrir y no puede ser olvidado por la Historia», explica Sánchez. Zúñiga estuvo en todas partes: del frente de Valencia al campo de concentración de Argelès «Las colecciones se salvan gracias a la sensibilidad de la gente, pero ahora necesitamos que se conserve en buenas manos, porque nosotros no tenemos recursos», explica María Luisa Ortega, de ASECIC. «Todo está muy revuelto y desorganizado. Cada vez que abres una carpeta nueva, te encuentras con más cosas. Va a requerir unos cuantos años de investigación», apunta.

Pero los herederos de Guillermo Zúñiga no están tan contentos. Por una parte no desean que se haga un «uso revanchista» de la memoria de su padre y, por otro lado, no están conformes con la compra que el Ministerio de Cultura realizó a Tino Calabuig de esos 300 negativos que estaban en su poder. Aseguran que Cultura no se ha reunido con ellos para enseñarles el contenido y que no saben nada de esas fotos. Calabuig habló el viernes con este periódico y dijo que «conocía muy poco a Zúñiga», que Juan Antonio Bardem les presentó y que Zúñiga le pagó con esos negativos unos trabajos de laboratorio fotográfico que le pidió a Calabuig en su galería Redor, allá por 1975. El galerista destaca del fondo que ha vendido a Cultura las imágenes de trincheras en Madrid, por ser una rara referencia. Podría haber sido Zúñiga un fotógrafo ocasional, pero nunca amateur. Las imágenes que han llegado hasta nosotros demuestran su alto conocimiento técnico de la herramienta una Leica, sus intenciones, intereses y atenciones, con puntos de vista picados, con aproximaciones a los gestos de los personajes y la dedicación a los instantes de calma, esos que tanto desesperaban a Capa. Incluso hay una imagen en los fondos de ASECIC, llamada a ser mito, en la que un soldado republicano y otro sublevado se abrazan. No parece que Zúñiga persiguiera la foto de portada del Life. Es, como Centelles o incluso Santos Yubero, un fotógrafo desde dentro, con todas sus virtudes y sus defectos. Un objetivo omnipresente Pero la diferencia con los fotógrafos implicados en la Guerra Civil española es que Zúñiga estuvo en todas partes: de momento, se puede asegurar que visitó el frente de Valencia allí retrató a Azaña en las Cortes y el congreso de la Alianza de intelectuales antifascistas, el de Madrid, Aragón y Barcelona. Y de allí, en 1939, pasó a Francia, donde estuvo detenido en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer: «Como a tantos otros miles de españoles, en donde no tenían nada más que la playa, el cielo y el mar. Pasaron frío, hambre y miseria, lo que contribuyó a erosionar su salud con una bronquitis crónica que acarreó hasta el final de su vida. Su facilidad y habilidad manual le ayudó a sobrevivir: fotografió lo que veía en el campo de refugiados», recordaba su hija Teresa en el homenaje que la Filmoteca Española dio, en 2009, a Guillermo Zúñiga. De allí le trasladaron al campo de concentración de Bram. Y una vez salió, pasó a formar parte de la Resistencia, como el cineasta y fotógrafo escribió: «Durante toda la segunda guerra europea yo permanecí en Francia trabajando y luchando al lado de la Francia Libre. Por esta actividad fui encarcelado y encerrado en el campo de concentración de Gurs, de donde me evadí cuando me iban a trasladar a los campos de concentración [y] de exterminio de Alemania».

El silencio de Zúñiga se cose en estos momentos sobre el nuestro para cerrar la herida del olvido.

Cinco fotos y una guerra, por Ramón Lobo

Robert Capa: si tu foto no es lo suficientemente buena es que no estás lo suficientemente cerca. Lo dijo el padre de la fotografía moderna de guerra, título que comparte junto a otros muchos que demandan y merecen ese mérito. Si tu texto no es lo suficientemente bueno no se lee, se pierde. Si tu texto no es lo suficientemente bueno es que no estás dentro de lo que está pasando, dentro física y emocionalmente.

Informamos, es verdad, pero también debemos conmocionar, molestar; unos con las palabras, otros con las imágenes. En Libia se han reunido los mejores fotoperiodistas y gracias a ellos disponemos de una mirada propia, independiente, alejada de las propagandas. Más allá del gran trabajo de mis compañeros en las revueltas árabes –Gorka Lejarceji, Claudi Álvarez, Uly Martín y Bernardo Pérez– quiero centrarme en el trabajo de los fotógrafos de agencia, los grandes desconocidos, los grandes silenciados, a los que no siempre se les da el crédito que merecen. Son los que más arriesgan todos los días, para que el lector tenga la foto que habla, la que explica y trasciende. He escogido cinco. Cada una narra un aspecto de la guerra, todas juntas narran la guerra entera.

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Refugiado bangadesí en Ras Ajdir, frontera tunecina. / EMILIO MORENATTI (AP).

Un hombre sentado sobre sus pertenencias. Su vida pasada y la futura envuelta en unos hatillos. Debe de hacer frío porque calza guantes y gorro de lana. Sus manos, la caída de los hombros, como si pesaran, son símbolos de una derrota, tal vez temporal. La bolsa de plástico que está en primer plano lleva escrita una leyenda que si alguna vez tuvo sentido ahora resulta un sarcasmo: win a luxury car. El hombre es un bangladesí que emigró a Libia en busca de fortuna, la fortuna de trabajar y mandar una parte de su sueldo a casa. Le pesan tanto los hombros porque su derrota es colectiva, de toda su familia. Es la derrota de sus sueños. Las tiendas de lonas azules representan la provisionalidad, que a veces dura siglos, como en el caso de los palestinos. Al fondo, hombres de pie, con las manos en los bolsillos. No sé si el campamento tiene nombre propio, pero podría llamarse Campamento Melancolía. Emilio Morenatti, fotógrafo español, tiene un estilo reconocible. Sus colores, el manejo de la luz, la emoción que transmiten sus figuras, como el hombre de la derecha que dejó de dormir; ahora, solo observa al fotógrafo intruso que les fotografía.

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Un rebelde libio dispara una granada cerca de Ras Lanuf. / JOHN MOORE (GETTY IMAGES).

El hombre que disparara ocupa el centro de la imagen. Aún mantiene sobre el hombro el lanzagranadas. Parece disecado. El humo que lo envuelve indica que el disparo se ha producido unos segundos antes de que Moore apretara el otro gatillo, el de su cámara. Tal vez es una foto que nace de una ráfaga de fotos. No es suerte, es saber estar allí, detrás de un hombre que dispara muerte y muerte puede recibir como respuesta. La figura que se adivina a la derecha equilibra y nos transmite que la guerra no es un acción solitaria. Los hombres solitarios nunca ganan las batallas. Así es el periodismo: un trabajo colectivo de gente individualista. El humo desborda el encuadre y transmite dramatismo; humo blanco, humo negro, humo gris, todas las tonalidades de la muerte. Un humo que se tose. El único color brota del suelo, es color arena, color polvo, otro de los colores de la muerte, del enterramiento.

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Ras Lanuf. / GORAN TOMASEVIC (REUTERS).

Tomasevic es un fotoperiodista que siempre está muy cerca, a veces demasiado cerca. En esta foto no hay acción; nadie dispara, nadie muere, nadie sangra. En primer plano cajas, cintas de balas, municiones que alimentan la máquina de guerra que preside la imagen. No soy experto en armas, pero parece un antiaéreo. Un hombre sentado en él aguarda la llegada del enemigo, del aviso, del ruido que antecede a la explosión. No cuenta con tecnología, con alarmas tempranas, solo tiene su instinto y su suerte. Aparecen seis figuras, cuatro a la derecha y dos a la izquierda. Ninguno parece tenso, ninguno vigila. Los vehículos aparcados proyectan una imagen poco profesional, como si matar o vivir fuese un trabajo de fin de semana, de excursionistas. Así era en Mostar y la Herzegovina en los años noventa: los fascistas croatas iban a matar turcos cada domingo. La fotografía transmite una cierta desolación, soledad. El hombre del antiaéreo está solo, como lo están los rebeldes que enfrentan a Muamar el Gadafi. Solo cuentan con palabras. Palabras de apoyo frente a aviones que matan.

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Dos manos, la que no pudo hacer nada y la de quien murió. / TARA TODRAS-WHITEHIL (ASOCIATED PRESS).

Fotografiar la muerte, ver la muerte, resulta inquietante. Al reportero que escribe no le protege la palabra, queda expuesto al dolor, al miedo, al vacío; al fotógrafo le protege la lente, que sirve de muro, de defensa. A veces lo fotografiado se duplica en el cerebro y queda instalado allí para siempre. Fotografiar la muerte representa una desafío ético. ¿Una buena foto embellece el horror? El límite moral siempre es el respeto a quien se fotografía. Tara es de las mejores, de las honestas. En esta foto solo aparecen dos manos. La de un médico libio que sostiene y la de un hombre que murió en la batalla cerca de Ras Lanouf. No hay rostros ni muecas de muerte: ojos cristalinos, boca entreabierta, dientes manchados de sangre. Solo manos tranquilas que transmiten paz, respeto. La mano del médico se protege con un guante de goma, es el uniforme, su barrera contra el horror, su muro interior.

LIBIAOPO

La bandera de la revuelta. / ASMAA WAGUIH (REUTERS).

Otra foto de soledad. En esta no hay antiaéros ni coches para guerrear un poco y seguir el camino; solo ve a un hombre de rodillas con los brazos abiertos y una bandera al viento. Es también una imagen de desamparo, de olvido. Parece que hace señales a los que le abandonaron. Quizá sea otra forma de enfrentarse a los aviones de Muamar el Gadafi: sin armas, sin balas sin cajas con cintas de balas, solo con una bandera tricolor y la dignidad. También es la imagen de una persona que busca el socorro divino. Un hombre solo ante todos los dioses. Las nubes son blancas, casi grises, pero no son aún nubes de lluvia, de tormenta. Los dioses se aparecen bibilicamente entre rayos y centellas. La espera de Dios es la espera a Godot. Este hombre deberá ponerse en pie por sus medios y caminar. Esta foto de Asmaa Wahuihtiene movimiento aunque la protagonice un hombre quieto, casi estatua de asfalto, como un guijarro. Un hombre quieto que no vuela.

http://blogs.elpais.com/aguas-internacionales/2011/03/cinco-fotos-y-una-guerra.html