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Fotógrafos de guerra (via Siéntate y observa…)

Fotógrafos de guerra Fótografos en combate Se juegan el pellejo en cada disparo. Nos enseñan lo que no queremos ver. Tim Hetherington y Chris Hondros, dos grandes del oficio, han muerto recientemente en Libia. Destacados fotoperiodistas han seleccionado para ‘El País Semanal’ una de sus imágenes más icónicas. A partir de ellas reflexionan sobre lo … Read More

via Siéntate y observa…

Cinco fotos y una guerra, por Ramón Lobo

Robert Capa: si tu foto no es lo suficientemente buena es que no estás lo suficientemente cerca. Lo dijo el padre de la fotografía moderna de guerra, título que comparte junto a otros muchos que demandan y merecen ese mérito. Si tu texto no es lo suficientemente bueno no se lee, se pierde. Si tu texto no es lo suficientemente bueno es que no estás dentro de lo que está pasando, dentro física y emocionalmente.

Informamos, es verdad, pero también debemos conmocionar, molestar; unos con las palabras, otros con las imágenes. En Libia se han reunido los mejores fotoperiodistas y gracias a ellos disponemos de una mirada propia, independiente, alejada de las propagandas. Más allá del gran trabajo de mis compañeros en las revueltas árabes –Gorka Lejarceji, Claudi Álvarez, Uly Martín y Bernardo Pérez– quiero centrarme en el trabajo de los fotógrafos de agencia, los grandes desconocidos, los grandes silenciados, a los que no siempre se les da el crédito que merecen. Son los que más arriesgan todos los días, para que el lector tenga la foto que habla, la que explica y trasciende. He escogido cinco. Cada una narra un aspecto de la guerra, todas juntas narran la guerra entera.

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Refugiado bangadesí en Ras Ajdir, frontera tunecina. / EMILIO MORENATTI (AP).

Un hombre sentado sobre sus pertenencias. Su vida pasada y la futura envuelta en unos hatillos. Debe de hacer frío porque calza guantes y gorro de lana. Sus manos, la caída de los hombros, como si pesaran, son símbolos de una derrota, tal vez temporal. La bolsa de plástico que está en primer plano lleva escrita una leyenda que si alguna vez tuvo sentido ahora resulta un sarcasmo: win a luxury car. El hombre es un bangladesí que emigró a Libia en busca de fortuna, la fortuna de trabajar y mandar una parte de su sueldo a casa. Le pesan tanto los hombros porque su derrota es colectiva, de toda su familia. Es la derrota de sus sueños. Las tiendas de lonas azules representan la provisionalidad, que a veces dura siglos, como en el caso de los palestinos. Al fondo, hombres de pie, con las manos en los bolsillos. No sé si el campamento tiene nombre propio, pero podría llamarse Campamento Melancolía. Emilio Morenatti, fotógrafo español, tiene un estilo reconocible. Sus colores, el manejo de la luz, la emoción que transmiten sus figuras, como el hombre de la derecha que dejó de dormir; ahora, solo observa al fotógrafo intruso que les fotografía.

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Un rebelde libio dispara una granada cerca de Ras Lanuf. / JOHN MOORE (GETTY IMAGES).

El hombre que disparara ocupa el centro de la imagen. Aún mantiene sobre el hombro el lanzagranadas. Parece disecado. El humo que lo envuelve indica que el disparo se ha producido unos segundos antes de que Moore apretara el otro gatillo, el de su cámara. Tal vez es una foto que nace de una ráfaga de fotos. No es suerte, es saber estar allí, detrás de un hombre que dispara muerte y muerte puede recibir como respuesta. La figura que se adivina a la derecha equilibra y nos transmite que la guerra no es un acción solitaria. Los hombres solitarios nunca ganan las batallas. Así es el periodismo: un trabajo colectivo de gente individualista. El humo desborda el encuadre y transmite dramatismo; humo blanco, humo negro, humo gris, todas las tonalidades de la muerte. Un humo que se tose. El único color brota del suelo, es color arena, color polvo, otro de los colores de la muerte, del enterramiento.

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Ras Lanuf. / GORAN TOMASEVIC (REUTERS).

Tomasevic es un fotoperiodista que siempre está muy cerca, a veces demasiado cerca. En esta foto no hay acción; nadie dispara, nadie muere, nadie sangra. En primer plano cajas, cintas de balas, municiones que alimentan la máquina de guerra que preside la imagen. No soy experto en armas, pero parece un antiaéreo. Un hombre sentado en él aguarda la llegada del enemigo, del aviso, del ruido que antecede a la explosión. No cuenta con tecnología, con alarmas tempranas, solo tiene su instinto y su suerte. Aparecen seis figuras, cuatro a la derecha y dos a la izquierda. Ninguno parece tenso, ninguno vigila. Los vehículos aparcados proyectan una imagen poco profesional, como si matar o vivir fuese un trabajo de fin de semana, de excursionistas. Así era en Mostar y la Herzegovina en los años noventa: los fascistas croatas iban a matar turcos cada domingo. La fotografía transmite una cierta desolación, soledad. El hombre del antiaéreo está solo, como lo están los rebeldes que enfrentan a Muamar el Gadafi. Solo cuentan con palabras. Palabras de apoyo frente a aviones que matan.

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Dos manos, la que no pudo hacer nada y la de quien murió. / TARA TODRAS-WHITEHIL (ASOCIATED PRESS).

Fotografiar la muerte, ver la muerte, resulta inquietante. Al reportero que escribe no le protege la palabra, queda expuesto al dolor, al miedo, al vacío; al fotógrafo le protege la lente, que sirve de muro, de defensa. A veces lo fotografiado se duplica en el cerebro y queda instalado allí para siempre. Fotografiar la muerte representa una desafío ético. ¿Una buena foto embellece el horror? El límite moral siempre es el respeto a quien se fotografía. Tara es de las mejores, de las honestas. En esta foto solo aparecen dos manos. La de un médico libio que sostiene y la de un hombre que murió en la batalla cerca de Ras Lanouf. No hay rostros ni muecas de muerte: ojos cristalinos, boca entreabierta, dientes manchados de sangre. Solo manos tranquilas que transmiten paz, respeto. La mano del médico se protege con un guante de goma, es el uniforme, su barrera contra el horror, su muro interior.

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La bandera de la revuelta. / ASMAA WAGUIH (REUTERS).

Otra foto de soledad. En esta no hay antiaéros ni coches para guerrear un poco y seguir el camino; solo ve a un hombre de rodillas con los brazos abiertos y una bandera al viento. Es también una imagen de desamparo, de olvido. Parece que hace señales a los que le abandonaron. Quizá sea otra forma de enfrentarse a los aviones de Muamar el Gadafi: sin armas, sin balas sin cajas con cintas de balas, solo con una bandera tricolor y la dignidad. También es la imagen de una persona que busca el socorro divino. Un hombre solo ante todos los dioses. Las nubes son blancas, casi grises, pero no son aún nubes de lluvia, de tormenta. Los dioses se aparecen bibilicamente entre rayos y centellas. La espera de Dios es la espera a Godot. Este hombre deberá ponerse en pie por sus medios y caminar. Esta foto de Asmaa Wahuihtiene movimiento aunque la protagonice un hombre quieto, casi estatua de asfalto, como un guijarro. Un hombre quieto que no vuela.

http://blogs.elpais.com/aguas-internacionales/2011/03/cinco-fotos-y-una-guerra.html

Emilio Morenatti: Soy super malo haciendo retratos.

Una entrevista de Nuria Gras, en http://www.quesabesde.com/noticias..

© Núria Gras

Morenatti (1969) se ha convertido en uno de los fotoperiodistas españoles con mayor proyección internacional.

Dicen de ti que eres un fotógrafo comprometido. ¿Cómo te definirías a ti mismo?

No sabría cómo definirme, pero creo que quizás ese compromiso al que te refieres podría estar basado en la responsabilidad que siento cada día al salir con mis cámaras a realizar mi trabajo como fotoperiodista. Me siento francamente un ser privilegiado haciendo lo que hago

Pienso que es vital no alterar las realidades que nos toca fotografiar. El fotógrafo tiene que estar ahí, pero nadie debería percibirlo. «Alcanzar la invisibilidad» es un ejercicio que me impongo diariamente, y para eso creo que hacen falta altas dosis de perseverancia.¿Cuáles son los valores personales que rigen tu forma de trabajar?

¿Cómo has conseguido entroncar tu forma de abordar el fotoperiodismo con las pautas de una agencia de la envergadura de Associated Press (AP)?

Con un poco de suerte, creo. Al principio, pasar de EFE a AP fue como un gran mundo. Cambiar el español por el inglés fue una pesadilla, y la disciplina de las normas de AP resultó todo un ejercicio, pero una vez normalizadas estas dinámicas, todo ha sido fácil.

Cuando estás haciendo tu trabajo en un escenario violento donde corres peligro, ¿qué pensamientos acuden a tu mente?

En AP nos actualizan con cursos de supervivencia y de cómo actuar en situaciones de alto riesgo. Esto me ayudó mucho al principio. En estos cursos te enseñan cómo actuar en medio de situaciones violentas. Luego, con el tiempo y la experiencia, aprendes a analizar rápidamente y de forma instintiva el riesgo, y a valorar la propia seguridad.

Cuando empieza el follón procuro elegir un lugar seguro desde donde poder observar y hacer mi trabajo. Intento concentrarme en el trabajo y que ningún pensamiento me distraiga.

Desde la Federación de Sindicatos de Periodistas (FeSP) se ha afirmado que los corresponsales en zonas de conflicto sois «carne de cañón». ¿Con qué apoyos cuentan los fotógrafos que desarrollan su trabajo en zonas en conflicto?

Yo tengo la suerte de trabajar para una gran empresa que nos provee con las mejores medidas de seguridad. Coches blindados, chalecos antibalas y casco, cursos de formación para reaccionar en las peores situaciones y personal local en quien poder confiar para hacer nuestro trabajo. Hay veces que nada de esto es suficiente. Por eso siguen y seguirán cayendo periodistas en las zonas de conflicto. Así ha ocurrido durante toda la historia del periodismo.

¿Cómo te ves a ti mismo tras el atentado del que fuiste víctima? ¿Realmente eras consciente del peligro al que te exponías al hacer tu trabajo?

Sí, siempre tuve presente que podría ocurrir un accidente durante mi trabajo, llámese un accidente de tráfico o doméstico o profesional. Conducir un coche es también muy peligroso y todos sabemos las cifras de muertos al volante, pero no por eso la gente deja de conducir. Después del atentado, me siento en un proceso de cambio, y aunque aún no sé hacia dónde se orientará, imagino que recuperaré la actividad que tenía antes del accidente.

Dada tu experiencia como fotoperiodista en la Franja de Gaza y Jerusalén, resulta casi inevitable preguntarte por el lamentable incidente que protagonizó el ejército israelí contra la flota humanitaria Navis Marmara hace algunas semanas. El pueblo judío lleva el estigma del desarraigo y el exterminio gravado a fuego. ¿Qué ha tenido que pasar para que la víctima se haya convertido en verdugo?

Desde mi punto de vista, el ejercito israelí, al igual que gran parte de la población israelí, se encuentran, producto de su propia paranoia, totalmente aterrorizados, y dejaron hace tiempo de confiar en su propia eficacia. Dicen que no hay peor mezcla que el miedo y las armas.

Crees que la crudeza con la que a veces se tratan los temas de actualidad en zonas en conflicto nos anestesia, o por el contrario nos confronta con una crueldad que a veces preferimos ignorar?

Si contando lo que sucede en el mundo, ya sea desde el frente o a mil kilómetros de distancia, estamos aburriendo o anestesiando a nuestros lectores, entonces es que hay algo que los periodistas estamos haciendo mal. Creo que hay muchas maneras de contar el conflicto, lo importante es saber cómo llegar y cómo contar aquello que estamos viendo. Éste es reto: contar historias sin caer en la crueldad innecesaria, en los tópicos o en el tedio absoluto.

¿Cómo has conseguido compaginar tu vida de pareja con tu profesión?

Teniendo la suerte de haberme casado con una mujer que también es fotoperiodista y que ama la profesión.

Recuerdo que cuando visité tu exposición «Violencia de género en Afganistán», en el CAF de Almería, antes de entrar me advirtieron amablemente de la crudeza de las fotos que se mostraban. Es un trabajo muy distinto al resto de tus fotografías; son imágenes pactadas previamente, retratos de una gran crudeza, ciertamente, pero de los que emana una fuerza de convicción y una dignidad inmensas. ¿Cómo lo sacaste adelante?

Soy súper malo haciendo retratos. No sé usar iluminación artificial ni trabajar en un estudio. Jamás llevo el flash en la bolsa y nunca en mi vida usé un trípode. Lo último que imaginé es que un día alguien premiaría un retrato hecho por mí. El mérito de un retrato es de la persona que posa. El mérito del fotógrafo es acceder a esa persona y hacer que ésta pose.

Las mujeres que habían sufrido estas agresiones tan brutales eran prácticamente inaccesibles y fue un gran reto llegar a ellas y poder contar sus historias. La mayoría de los retratos fueron improvisados, esperando el momento justo para levantar la cámara y realizar un par de secuencias, retratos horizontales para un rápido y fácil encuadre centrado, buscando ese momento paradójicamente inexpresivo.

Hablando precisamente de este trabajo, ¿qué relevancia crees que pueden tener los formatos expositivos como plataforma para la difusión de reportajes fotoperiodísticos de denuncia?

Mi objetivo es ver la foto en los periódicos, pero reconozco que la difusión de «Violencia de género en Pakistán» ha sido extraordinaria. Creo que jamás se me pasó por la cabeza que una de mis historias conseguiría un efecto mediático tan relevante.

A pesar de ser un fotógrafo muy respetado y querido, parece que no te preocupas demasiado por tu imagen pública. En tu página web, sin ir más lejos, cuelga un perenne «Página temporalmente fuera de servicio».

Me conformo con «sites» como Yahoo!, que muestran cada día las fotos que envío al cable [la galería de fotos que la agencia ofrece a sus clientes]. ¿Qué mejor web que aquélla donde se puedan ver las últimas fotos que uno hace? Se dice que a un fotógrafo se le valora por lo último que ha hecho.

Fuiste víctima de un atentado el pasado mes de agosto en Afganistán. ¿Ha cambiado esto tu forma de entender el trabajo y el papel que ejercéis los fotoperiodistas en zonas en conflicto?

No, para nada. Sigo con las miras puestas en hacer lo que hacía antes del accidente.

¿Cuál es tu objetivo más inmediato?

Sentirme físicamente a tono para poder responder en cualquier situación que requiera mi trabajo.

Entrevista completa

El suyo ha sido un camino de fe y perseverancia en su trabajo. Un camino lleno de dificultades, pero también de reconocimientos y muestras de cariño por parte de sus compañeros de profesión y del público en general. Emilio Morenatti destila humildad y talento en la corta conversación que mantenemos con él. Dos cualidades que son sólo la punta del iceberg de la calidad personal y profesional de este fotoperiodista jerezano -aunque nacido en Zaragoza-, totalmente entregado a su trabajo y a la defensa de unos valores éticos en el ejercicio del periodismo. Por Núria Gras.