Persiguiendo a la luna de Abril.

Me desprendo del abrazo, salgo a la calle.
En el cielo, ya clareando, se dibuja, finita, la luna.
La luna tiene dos noches de edad.
Yo, una.

Eduardo Galeano. El Libro de los Abrazos.

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    • Robert M.
    • 18 de abril de 2011

    Es emocionante comprobar la sensibilidad de tu mirada, para mirar a las personas, para mirar los hechos y para mirar la luna, las palmeras y el mar..

    • Santiago Quimbaya
    • 11 de mayo de 2011

    ESCONDITE PARA DOS

    Luna, esplendorosa como pocas noches, se movía sigilosa; por momentos reposaba tendida en la oscuridad, cobijada por la marea del mediterráneo. Algunos instantes se sentía observada, acechada; es por ello que imperceptiblemente se desplazaba hacia oeste y se cubría entre la hierba. Desde allí, trataba inútilmente de descubrir a quien sus pasos de cerca seguía.

    Por su parte, Matete suspendía su recorrido por tierras de moros, ahora de cristianos. Sintió su sangre vasca fluir con vértigo, por instinto, se atrinchero en una antigua gendarmería, para desde esa trinchera aguardar paciente, minutos, horas, hasta encontrar el tiro perfecto, el plano increíble y la luz precisa. Sola esperó y sola encontró la adrenalina subterránea del arte, le recorrió el cuerpo y se dejo llevar por el vaivén de sus labios.

    Con una sonrisa nerviosa, Luna se escabulló entre la montaña, entre las nubes que anunciaban su retirada y se mezcló con las palmeras. No tenía claro si la perseguían para robarle el alma o para regalarle un suspiro; invadida por la excitación de la intriga y la curiosidad, asomo una leve mirada, furtiva y fugaz para preguntar con tenue voz: ¿por qué me sigues?

    Para entonces, la espera de Matete se interrumpió abruptamente. La espera terminó sin planearlo y como todo lo que no se planifica, se vuelve mágico; así que de pronto se encontraron y allí estaban sus miradas interceptadas, atónitas. Al momento que realizaba certeros disparos de melancolía, respondió: – pensé que eras tú quien me seguía.

    Durante un largo y lánguido rato, allí se quedaron, fundidas en un solo escondite para las dos en medio de la brisa inverosímil del mediterráneo.

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